domingo, 28 de noviembre de 2010

Poner fin al fraude y al secreto empresario


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Hace tiempo que los trabajadores han tomado buena cuenta del carácter antiobrero y antinacional de estas patronales, y han sacado conclusiones sobre lo que cabe esperar al respecto. Si "la humanización del capital" y la conciliación de clases con que el peronismo pretendió cimentar el frente de clases en los cuarenta y los cincuenta encerraba una imposibilidad cierta que antes o después habría de manifestarse, como quedó en evidencia en septiembre de 1955 y en marzo de 1976, en el presente lo que está a la vista es un antagonismo irreductible.

Las grandes cámaras empresarias han rearmado su bloque patronal, fracturado desde 2008 por las diferencias entre terratenientes e industriales durante el enfrentamiento en torno a las retenciones, y se aprestan a dar batalla en defensa de sus derechos de propiedad y en contra la de interferencia sindical en asuntos de su "exclusiva competencia". La previsible reacción de los altos círculos de negocios es motivada por el proyecto del diputado Héctor Recalde, destinado a poner en práctica lo que la Constitución establece desde hace cinco décadas: la participación de los trabajadores en la distribución de las ganancias. Ese distinguido círculo, integrado por la industria, el gran comercio, la construcción, la propiedad terrateniente, la banca y la bolsa, declaró días atrás su rechazo categórico a "los proyectos en cuestión, máxime cuando se comprueba que avanzan hacia un poder de interferencia sindical que choca contra los principios constitucionales de derecho de propiedad y de ejercicio de toda industria lícita, al otorgar a los sindicatos facultades de fiscalización y de información ajenas a su cometido, muy superiores a la de los propios accionistas".

La indignación de estos "honorables" burgueses es comprensible. Durante más de dos siglos el capitalismo ha impuesto entre sus portadores la creencia de que la fuerza de trabajo es una mercancía más y que, en consecuencia, una vez pagado su precio, lo que sobreviene es el sagrado derecho a disponer sin limitación alguna de los resultados de su explotación. Esta creencia, que para cualquier empresario es una verdad de sentido común, no admite –según ellos– discusión alguna, así como tampoco la admite el supuesto derecho a mantener frente a sus trabajadores en el más estricto secreto las cuentas de sus empresas. La nota con la que La Nación dio cuenta del comunicado del Grupo de los Seis es ilustrativa al respecto. Según el cronista, uno de los participantes del encuentro emitió off the record esta sabia reflexión: "Esto es una locura. Los gremios van a tener una herramienta para jorobar desde adentro revolviendo papeles".

No es para menos. El artículo 18 del proyecto en cuestión establece que "la asociación sindical podrá fiscalizar la información proporcionada por la empresa y requerir la totalidad de la información complementaria y documentación respaldatoria que considere necesaria para cumplir con su cometido". Esta exigencia es de cumplimiento obligatorio "no pudiendo (la empresa) negarse a su entrega ni obstaculizar el ejercicio de las facultades de control. En caso contrario será considerada práctica desleal", y los trabajadores podrán hacer valer su derecho a través de la justicia, al margen de las multas o sanciones que correspondan.

Este artículo es la llave maestra del proyecto. Las grandes corporaciones, por ejemplo en ramas como la automotriz y la alimentación, denunciadas por la AFIP, se valen de distintos artilugios para disimular ganancias y evadir impuestos. Que los empresarios estén obligados a abrir sus libros a los representantes sindicales, a pesar de la corrupción de la burocracia (hay sindicatos que cobran a las empresas una tasa por cada trabajador en negro, a cambio de no presentar la denuncia correspondiente), constituye un peligro cierto y un precedente que no puede dejar de alarmar a los sufridos hombres de negocios.

Así las cosas, los trabajadores están convocados a una doble batalla: primero para vencer las resistencias que se han desatado en las filas patronales, entre los partidos de la derecha y aun en sectores del oficialismo; y luego, para imponer la democratización y una política independiente en los sindicatos.

Como en Cuba

Cuando se enteró de la iniciativa del diputado Recalde, el titular de la Unión Industrial, Héctor Méndez, declaró muy suelto de cuerpo que "Argentina se parece a Cuba". Inmediatamente sobrevinieron las advertencias patronales sobre sus consecuencias: pérdida de competitividad empresaria, caída de las inversiones y vulneración de la seguridad jurídica, entre otras calamidades. Méndez fue presidente de la central industrial en los noventa, cuando la gran burguesía fabril era oficialista con Menem. No es un directivo con peso propio, más bien un fantoche colocado por el ala neoliberal, especialmente las corporaciones agroalimentarias agrupadas en Copal, pero en esa opinión (que se cuidó muy bien en repetir), está expresado el pensamiento que la mayoría de sus pares no se atreven a formular públicamente. Se trata de una burguesía reaccionaria, asociada al capital extranjero, responsable de la colosal fuga de capitales que bloquea los resortes internos de una acumulación autocentrada; una burguesía enriquecida en los circuitos de la especulación financiera de la década pasada, mientras el "uno a uno" y la apertura comercial destruían segmentos fabriles enteros; una clase miserable que añora los años de la flexibilización laboral de Menem y De la Rúa, "los contratos basura", los despidos baratos y la norma que permitía pagar con monedas los accidentes laborales. Sus dirigentes son dignos descendientes de aquellos patrones que a fines de 1945 organizaron un fallido lock out para tratar de impedir la puesta en práctica del aguinaldo.

Hace tiempo que los trabajadores han tomado buena cuenta del carácter antiobrero y antinacional de estas patronales, y han sacado conclusiones sobre lo que cabe esperar al respecto. Si "la humanización del capital" y la conciliación de clases con que el peronismo pretendió cimentar el frente de clases en los cuarenta y los cincuenta encerraba una imposibilidad cierta, que antes o después habría de manifestarse, como quedó en evidencia en septiembre de 1955 y en marzo de 1976, en el presente lo que está a la vista es un antagonismo irreductible.

Esto es de suma importancia tenerlo en cuenta. El nuevo Frente Nacional que aglutinará a las grandes mayorías en las próximas batallas políticas, habrá de construirse sobre una especial tensión de clase. Entrelazadas con las reivindicaciones nacionales, democráticas, populares y antiimperialistas, estarán presentes las interpelaciones de clase, que darán significación a la presencia decisiva de los trabajadores y el conjunto de las masas explotadas. La lucha por la emancipación nacional plena es al mismo tiempo la lucha por el socialismo; uno y otro objetivo están firmemente unidos sobre la base de una acumulación de contradicciones que divide a la sociedad argentina en dos campos definitivamente antagónicos.


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NERWIN ANTONIO MORA REINOSO

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Focos rojos en Sedena ante posible intervención de EU



Militares en activo, generales y coroneles –que ocupan cargos operativos en el Ejército Mexicano– manifiestan su preocupación ante la posible intervención militar de Estados Unidos en México. Se muestran frustrados por la política de Felipe Calderón, obsequiosa ante los duros del Pentágono, y advierten que se construye el "escenario" para el ingreso de tropas estadunidenses a territorio nacional. Señalan que una parte del caos y la violencia en ciudades mexicanas es inducida desde el exterior con la anuencia del gobierno federal. Especialistas en seguridad nacional coinciden en que se generan las condiciones que justifiquen una "cooperación más estrecha" en el plano militar entre ambos paísesEl pasado 18 de junio, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) calificó como "superpotencia" a las bandas del narcotráfico que operan en México. El hecho apenas mereció unas líneas en páginas interiores de algunos medios impresos. Pero militares de la Segunda Sección del Ejército Mexicano (encargada de las labores de inteligencia) terminaron por desesperarse: observan como inminente la llegada de tropas estadunidenses al país, una demanda de los sectores castrenses más duros de la Defensa Nacional de Estados Unidos.

"Institucionales", acostumbrados a callar sus diferencias con los civiles y renuentes a comentar las discrepancias al interior de las Fuerzas Armadas, esta vez los militares prefieren hablar. Señalan que parte de la violencia que se ha desatado en las últimas semanas podría ser "inducida". Y acusan al gobierno de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa de preparar el "escenario" para una intervención estadunidense abierta.

Aseguran contar con información de que los atentados con carros bomba (uno realizado en Ciudad Juárez, Chihuahua, el 16 de julio, y dos más en Ciudad Victoria, Tamaulipas, el 26 de agosto de 2010) pudieron no ser obra de las bandas de narcotraficantes. Incluso, es probable que no hayan sido realizados por mexicanos.

"No es el modus operandi de los cárteles ni de los grupos armados con reivindicaciones políticas", dice uno de los divisionarios que solicita mantener bajo reserva su identidad. Agrega que en círculos castrenses existe inquietud ante la desestabilización del país y las acciones del gobierno federal que, más que contenerla, parecen propiciarla.

Las declaraciones a Contralínea de militares en activo del Ejército son válvulas de escape y señales de lo que ocurre en el ámbito castrense. A decir de Guillermo Garduño –especialista en Fuerzas Armadas e investigador adscrito a la Universidad Autónoma Metropolitana y conferencista en el Colegio de la Defensa Nacional–, los militares están desesperados porque los comanda un grupo de civiles que "ni idea tiene de lo que son las Fuerzas Armadas". México no ha creado una elite civil que conozca al Ejército Mexicano, a la Marina Armada de México ni a la Fuerza Aérea.

De acuerdo con los generales y coroneles que solicitan no revelar sus nombres, la supuesta "estrategia" para permitir el ingreso de tropas estadunidenses a territorio mexicano con los menores costos sociales contaría con dos vertientes: al interior, donde se buscaría que la propia sociedad mexicana demande más "seguridad" sin importar el origen de la "ayuda"; y al exterior, en el que los países consideren que la intervención sería "humanitaria", ante bandas criminales que han superado al Estado mexicano

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Alerta Chávez sobre vientos de guerra en el planeta


Hugo Chávez

El presidente venezolano, Hugo Chávez, alertó hoy sobre los vientos de guerra que soplan en el planeta por las políticas agresivas de Estados Unidos y algunos de sus aliados.

Chávez comentó el incidente reportado en las últimas horas en la Península de Corea, donde ocurrieron intercambios de artillería y varias víctimas.

Todavía la información no es muy clara en aquella península dividida e invadida por el imperio yanqui, dijo en esta capital durante un acto convocado por la Asamblea Nacional en rechazo a un foro de la ultraderecha internacional acogido por el Congreso norteamericano.

Al referirse a las tensiones entre la República Popular Democrática de Corea y su vecino Corea del Sur, recordó el reciente hundimiento de la fragata surcoreana Cheonan.

Luego surgieron evidencias que fue hundida esa nave por Estados Unidos, apuntó.

Chávez trajo a colación sistemáticas alertas del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, sobre los peligros bélicos, incluyendo una guerra nuclear, que amenazan al planeta por la agresividad de Washington y algunos de sus aliados en regiones tensas como Asia y Oriente Medio.

Fidel Castro lleva meses alertando sobre los riesgos de una guerra nuclear, que pudiera salir de cualquier acción bélica y acabar con la especie humana, señaló.

Para el estadista venezolano, esos son los verdaderos desafíos que enfrenta el plantea.

"Ese es el peligro y no el de los Andes", afirmó en alusión al reciente foro en el Capitolio estadounidense, que bajo el nombre de Peligro en Los Andes: amenazas a las democracias, los derechos humanos y la seguridad interamericana, representó nuevos ataques y amenazas contra Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela.

Chávez pide ley para que EEUU no financie a grupos venezolanos
Chávez solicitó a la Asamblea Nacional que elabore una "ley muy severa" para impedir que organizaciones y partidos políticos puedan recibir financiamientos de Estados Unidos.

"Cómo es que vamos nosotros a permitir que partidos políticos, ONG, personalidades de la contrarrevolución sigan siendo financiados con millones y millones de dólares del imperio yanqui", dijo Chávez en su petición a la bancada oficialista.

El mandatario afirmó en cadena de radio y televisión que esa nueva legislación servirá para "responder a la agresión imperial".

Algunas ONG locales han recibido en el pasado fondos de la National Endowment for Democracy (NED), una organización que recibe aportes del Congreso estadounidense, de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el Instituto Internacional Republicano y el Instituto Nacional Demócrata.

Chávez criticó un foro que se realizó la semana pasada en el congreso estadounidense donde algunos de los expositores cuestionaron al gobernante venezolano y señalaron que representaba un riesgo para la región. Entre los asistentes al evento estuvo el presidente del canal de noticias Globovisión, Guillermo Zuloaga, quien tiene un juicio pendiente en Venezuela por un caso de almacenamiento de un lote de vehículos.

"Si el imperio yanqui con todo su poderío, del cual no nos reímos, no, hay que tomarlo en serio… decide agredir, seguir agrediendo y agredir abiertamente a Venezuela para tratar de frenar esta revolución aquí estamos dispuestos, sépalo señor imperio y sus personificaciones, que aquí estamos dispuestos a… morir todos por esta patria", agregó.

El gobernante llamó con dureza a la congresista por Florida, Ileana Ros-Lehtinen, a quien tildó de "forajida" y "fascista", y sostuvo que lo que queda es "señalarla ante el mundo".

Sin mencionar su nombre Chávez indicó que "esta señora representante fascista" podría ser pedida en "extradición" por un tribunal venezolano "por estar cometiendo delitos y conspirando y muchos otros (hechos) contra la soberanía de nuestro país".

Poderes del Estado venezolano aprueban Manifiesto Antiimperialista
Los cinco poderes del Estado venezolano aprobaron hoy el Manifiesto Antiimperialista en Defensa de la Patria, iniciativa destinada a fijar posiciones en rechazo a la injerencia del Gobierno estadounidense y sus posturas hegemónicas en la región.

En un acto en la Asamblea Nacional, los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y Ciudadano refrendaron el documento que en los próximos días llegará a cada rincón del país.

De acuerdo con la presidenta del Parlamento, Cilia Flores, una comisión se encargará de circular el texto.

El Manifiesto fue leído por el presidente de la Comisión de Política Exterior de la Asamblea, en el encuentro convocado para rechazar un reciente foro acogido por el Congreso norteamericano, en el cual la ultraderecha lanzó amenazas contra Venezuela y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

La iniciativa constituye un llamado a los venezolanos a la unidad y la movilización permanente para defender el país.

"Convocamos a la defensa de la patria con la movilización popular", refleja el documento que también insta a la responsabilidad y la organización ciudadanas.

El Manifiesto Antiimperialista representa además una alerta por las pretensiones de Washington de destruir los esfuerzos integracionistas del ALBA.

Al respecto, recuerda "El golpe de Estado en Honduras, la subversión en Bolivia, el intento golpista en Ecuador, las maniobras para desconocer la soberanía de Nicaragua, el acoso contra Cuba por más de 50 años y las amenazas contra Venezuela".

En ese sentido, ratifica el respaldo de los venezolanos patriotas al ALBA y otros procesos de integración en Latinoamérica.

Aunque advierte principalmente sobre los peligros derivados de las políticas de Estados Unidos, no deja de llamar la atención sobre la reacción interna; y en el caso particular venezolano, denuncia la subordinación de algunos sectores a intereses extranjeros.


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Evo agradece respaldo de Fidel



El presidente boliviano, Evo Morales, reiteró hoy su respeto a la lucha del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, y agradeció el respaldo de éste a su gestión.

Fidel es "un antiimperialista comprometido con Cuba, Latinoamérica y el mundo", definió el mandatario en conferencia de prensa, emitida desde su residencia, mientras se recupera de una intervención quirúrgica en la rodilla izquierda.

Morales recordó sus intercambios de opiniones con el revolucionario cubano, cuando todavía era dirigente sindical de los cultivadores de coca del trópico boliviano, y las ocasiones en que recibió de él sugerencias para avanzar en su lucha por el cambio de este país.

De igual modo, el jefe de Estado manifestó su gratitud por las reflexiones de quien calificó como antiimperialista que arriesgó su vida por su pueblo y ahora logra sobreponerse a su enfermedad.

Los pronunciamientos del presidente boliviano guardan relación con un comentario periodístico difundido este jueves, en el cual Fidel aplaudió el discurso pronunciado por el dignatario en la inauguración de la Novena Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas, en Santa Cruz.

En la ocasión, Morales responsabilizó a Estados Unidos de los últimos intentos de golpe de Estado en la región contra Honduras, Bolivia, Venezuela y Ecuador, en tanto cuestionó los objetivos de la supuesta lucha contra el narcotráfico impulsada por Washington.

"Agradezco públicamente ese respaldo de Fidel", puntualizó este jueves el estadista boliviano, al mismo tiempo que ratificó su convicción en la culpabilidad del gobierno norteamericano en estas acciones.

Morales remarcó a su vez los giros que dio la historia en relación con las luchas sociales en el continente y la manera en que el imperialismo estadounidense trata de sofocar estos movimientos orientados a acabar con su hegemonía en la región

:: HASTA LA VICTORIA SIEMPRE ::

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La izquierda latinoamericana instó a respetar el estado de derecho


Los dirigentes, que culminaron ayer en Quito los dos días de deliberaciones del Foro Internacional de Partidos Políticos Latinoamericanos, emitieron un documento de ocho puntos, uno de ellos con su apoyo al sistema democrático ecuatoriano y el reconocimiento a la actitud del presidente Rafael Correa frente al intento de golpe de Estado a partir de la sublevación policial y militar del 30 de septiembre.

Los delegados de los partidos de 12 países de la región advirtieron, en este contexto, que el petróleo de Ecuador y Venezuela y el gas de Bolivia "no escapan al interés de las trasnacionales", según informó la agencia de noticias Prensa Latina.

La Declaración de Quito contiene también un punto en el que los delegados hacen un llamado a que se respete el estado de derecho en América Latina.

Esta mañana, Correa participó del foro, y alertó que "las empresas de comunicación están tomando la posta de la derecha en decadencia" en la región.

"Ganar las elecciones en América Latina es ganar solo una parte del poder, ya que los poderes económicos, religiosos, sociales, informativos y hasta las injerencias internacionales siguen ahí", agregó Correa al hablar en el foro.

El mandatario destacó también que la izquierda no está en minoría ni en oposición pues "ahora está en el poder y tenemos que saber responder a los nuevos retos", reseñó la estatal agencia de noticias Andes.

El Foro Internacional de Partidos Políticos Latinoamericanos, inaugurado ayer en Quito, busca reflexionar sobre la acción de esas organizaciones frente al contexto actual de la región.

A las deliberaciones asistieron dirigentes de varias fuerzas de izquierda de la Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay y Venezuela.

Las discusiones giraron alrededor de cuatro temas: hegemonía y poder, estructura y modos de organización, papel en gobiernos progresistas e integración, consignó la agencia Ansa.

Entre los expositores hubo representantes del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia, del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil y del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, todos en el gobierno en sus respectivos países.


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“Debemos ser una nueva izquierda, ser autocríticos, debemos reinventarnos día a día”

Rafael Correa

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, afirmó hoy que la izquierda latinoamericana va "por el camino correcto", pero señaló que debe de reiventarse día a día.

"Debemos ser una nueva izquierda, ser autocríticos, debemos reinventarnos día a día", dijo Correa en el Foro Internacional de Partidos Políticos, que se lleva a cabo en Ecuador, según la televisión local Ecuavisa.

El mandatario añadió que la izquierda está en un "proceso constante de construcción", en función de sus principios, "encabezado por la supremacía del ser humano sobre el capital".

"Vamos por el camino correcto", son las palabras que repitió constantemente Correa, quien rechazó las críticas constantes, según él, a los gobiernos progresistas.

El mandatario ecuatoriano, quien fue recibido con aplausos y muestras de apoyo, resaltó que la izquierda está en el poder de algunos países latinoamericanos, como por ejemplo en Ecuador, por lo que estos gobiernos tienen que "saber responder" a las necesidades de sus pueblos.

Por otro lado, Correa también criticó a la izquierda radical "del todo o nada" y propuso como alternativa una izquierda que se reinvente día a día.

Correa también envió un abrazo a Cuba "digne firme", país que desde hace 50 años "resiste" a un embargo de Estados Unidos.

El Foro Internacional de Partidos Políticos reunió ayer y hoy a representantes de la izquierda latinoamericana de diez países y contó con la presencia de Alberto Granados, el amigo de Ernesto "Che" Guevara.

Cuando eran jóvenes, ambos cruzaron juntos parte de Suramérica en una motocicleta, un periplo recordado en 2004 en la película "Diarios de motocicleta", del director brasileño Walter Salles.


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Trotsky: la revolución latinoamericana a la luz del marxismo

"Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es menos ardiente, sino más firme hoy, de lo que era en los días de mi juventud"

En enero de 1937 León Trotsky desembarcó junto con su compañera Natalia Sedova en el puerto petrolero de Tampico, en tierra mexicana. Ocho años antes había sido expulsado de la Unión Soviética, luego de que el stalinismo consolidase su poder y el termidor soviético cerrase definitivamente el ciclo abierto por la Revolución de Octubre. En esos años que median entre la partida desde su confinación en Alma Ata, junto a la frontera china, y la llegada a México, Trotsky había encontrado refugio en las isla turca de Prinkipo, residió en Francia, de donde fue deportado y luego en Noruega, cuyo gobierno "socialista", presionado por la burocracia del Kremlin, su principal socio comercial, lo alejó de Europa en dirección a América Latina. Cincuenta países le habían negado asilo político.

El recién llegado traía tras de sí un historia estrechamente ligada a los más trascendentes acontecimientos de las primeras décadas del siglo XX. Copresidente del Soviet de Petersburgo en 1905 y animador principal de la primera de las revoluciones contra el régimen zarista; dirigente junto con Lenin de la Revolución de Octubre; titular, primero del Comisariado de Relaciones Exteriores, desde donde negoció con Alemania el acuerdo de paz de Brest-Litovsk, y luego del Comisariado de la Guerra; organizador del Ejército Rojo a cuyo frente logró la victoria contra los ejércitos blancos de la contrarrevolución y las fuerzas invasoras extranjeras; opositor a Stalin y la burocracia, contra quienes libró una desigual batalla hasta que la derrota de la oposición conjunta que integró junto a Zinóviev y Kámenev, selló la suerte de la revolución… Trotsky, además de su singular elocuencia como propagandista y agitador, fue una de las plumas políticas más brillantes de su época. Resultados y Perspectivas, 1905, la magnífica Historia de la Revolución Rusa, La Revolución Traicionada, Literatura y Revolución, Su moral y la nuestra, entre otras obras, integran las páginas más notables de la política y la teoría, la literatura y la cultura marxista.

La clase obrera y las tareas nacional-democráticas

En México, su último y definitivo destino, la revolución democrática iniciada casi tres décadas atrás había cobrado nuevo impulso bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Las insurrecciones agrarias y la guerra civil habían puesto fin en 1910 al régimen del general Porfirio Díaz, expresión de una sociedad caracterizada por la formidable concentración de la tierra en poder de un reducido grupo de terratenientes nativos y compañías extranjeras, aliados al capital estadounidense y británico, radicado en la explotación de la minería y el petróleo. En contraste con este polo de prosperidad, riqueza y poder, una inmensa masa campesina, sometida a las más brutales condiciones de servidumbre, sobrevivía en la más completa miseria y desamparo. El México que conoció Trotsky era un típico país semicolonial, signado por un dualismo característico: focos de civilización construidos en torno a puertos, telégrafos, ferrocarriles, etc, necesarios para la incorporación de la economía nativa al mercado mundial, y una inmensa periferia agraria donde el capitalismo revelaba un carácter atrasado y fragmentado. En 1937 los problemas irresueltos de la revolución, habían sido puestos nuevamente en el orden del día por el cardenismo.

En marzo de 1938 el gobierno mexicano nacionalizó las empresas petroleras, propiedad de capitales estadounidenses y británicos. El año anterior había hecho lo mismo con la red ferroviaria, poniendo en evidencia la naturaleza nacional-democrática del proceso de transformaciones en marcha. En junio de ese año bajo el título "México y el Imperialismo Británico", Trotsky escribió un artículo señalando que la lucha por la independencia nacional, tanto en el plano político como en el económico, encerraba el significado profundo de la etapa revolucionaria en el país azteca. A su juicio, México, bajo el gobierno de Cárdenas, estaba realizado la tarea histórica que en los siglos XVIII y XIX había desarrollado Estados Unidos durante las guerras de la independencia y por la abolición de la esclavitud y la unidad nacional. Al igual que en el país del norte, en México la revolución estaba limpiando el terreno para un desarrollo de la sociedad burguesa, democrático e independiente. En septiembre de ese mismo año destacó que en este caso los problemas democráticos revestían un carácter progresivo y revolucionario. Aclaraba que el término democracia difería sustancialmente en cuanto a su contenido, si se lo pronunciaba en un país atrasado y dependiente o, si por el contrario, se lo nombraba en una nación imperialista. Quién fuera junto con Lenin jefe de la Revolución de Octubre, advertía que mientras en la periferia colonial y semicolonial el concepto de democracia aludía a tareas de contenido emancipador, en las metrópolis ese mismo término significaba la preservación del orden existente, sobre todo el dominio sobre las colonias. "En estos países las banderas de la democracia ocultan la hegemonía imperialista de la minoría privilegiada sobre la mayoría oprimida", escribió.

La revolución permanente en las semicolonias

Este asunto tenía suma relevancia para la formulación de una política revolucionaria. En noviembre de 1938 se celebró en la residencia de Trotsky en Coyoacán una discusión en torno a las tareas de la revolución en América Latina. Charles Curtiss, representante del Secretariado Internacional de la IV Internacional para la sección mexicana, abrió el debate mencionando la incomprensión de los trotskystas locales respecto de la posición de Trotsky ante el gobierno de Cárdenas. Interpretaban que esa posición estaba determinada por el interés en preservar su condición de refugiado político. Curtiss explicaba que esta interpretación reflejaba el desconocimiento de la política que la sección mexicana debía adoptar respecto de la burguesía liberal, incomprensión que abarcaba la relación con el movimiento democrático en general. A su juicio, sólo si la revolución proletaria triunfase en Estados Unidos, sería posible saltar las etapas intermedias, pero en el presente el falso enfoque del problema democrático interponía obstáculos que tornaban prácticamente imposible desarrollar una política en el movimiento de masas.

Trotsky se manifestó de acuerdo con el punto de vista de Curtiss y señaló que el esquematismo aplicado a la teoría de la revolución permanente, resultaba "extremadamente peligroso" para la política de la clase obrera. Los lineamientos generales de esa teoría habían sido formulados por Trotsky en el curso de los acontecimientos que precedieron y culminaron en la Revolución Rusa de 1905. En suma, el entonces presidente del Soviet de Petersburgo sostenía que la negativa de la burguesía liberal a hacerse cargo de las tareas de la revolución burguesa destinadas a poner fin al régimen zarista, desplazaba hacia el proletariado la responsabilidad política de incorporar a ese imperio multinacional, "cárcel de pueblos", a la corriente de la historia. Coincidía con Lenin y los bolcheviques contra los mencheviques que deducían el papel directivo de la burguesía del contenido de las tareas, pero se diferenciaba de la fórmula de la dictadura democrática de obreros y campesinos, que los primeros atribuían al contenido del futuro gobierno provisonal. En definitiva, si la burguesía liberal se oponía a la revolución y el campesinado no estaba en condiciones de desempeñar un papel independiente, la realización de la dictadura democrática sólo tendría posibilidades de realización a través de la fórmula de la dictadura del proletariado, apoyado en el campesinado. Trotsky explicaba que la historia no sigue un curso lineal, ni necesariamente reproduce en los países atrasados de la periferia las etapas recorridas en los países avanzados. En las naciones del mundo colonial y semicolonial era especialmente perceptible el carácter desigual y combinado del desenvolvimiento histórico, incrustando énclaves de civilización burguesa en sociedades regidas por relaciones sociales de índole precapitalista. De forma tal, el papel de las clases sociales —esperable desde un punto de vista eurocéntrico— quedaba alterado por un desplazamiento singular de la relación entre clases y programas, abriendo un terreno nuevo a la lucha política y a la dimensión del concepto de hegemonía. La Revolución de Octubre fue la confirmación de estos lineamientos.

Sin embargo, en México Trotsky alertaba sobre la tendencia a abordar de manera abstracta el problema del salto de etapas, derivando en un planteo que pretendía saltar "por encima de la historia en general, y sobre todo por encima del desarrollo del proletariado". Precisamente, su teoría tenía como condición para la superación de los límites burgueses de la revolución, la elevación de la clase obrera a una posición de hegemonía desde la cual asumir la representación de la nación. Esto es lo que había ocurrido en la Rusia que había emergido de la Revolución de Febrero. Ahí la clase obrera fabril, el movimiento de los soviets y el partido bolchevique, eran fuerzas político-sociales en condiciones de llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias. No era la situación del México de Cárdenas, donde los trabajadores y los campesinos seguían a una jefatura burguesa y no existía un partido revolucionario en situación de luchar por el poder. Trotsky consideraba que por las traiciones y la inconsencuencia de la burguesía nativa, la Revolución Mexicana era una revolución inconclusa, e insistía que bajo tales condiciones la clase obrera estaba obligada a participar en la lucha por la independencia del país y por la democratización de las relaciones agrarias. Decía que si actuaba resueltamente en esta dirección, podía llegar al poder antes de que esas tareas hubieran sido realizadas, y en ese caso el gobierno obrero podía convertirse en la herramienta con la que habría de resolverse esas cuestiones. Había sostenido ya en vísperas de la Revolución Rusa de 1905, que las burguesías nativas de los paises atrasados eran incapaces de resolver las tareas democráticas. Este juicio era particularmente válido en América Latina, y de ahí deducía que en el curso de realización de esas tareas, había que oponer a la burguesía el proletariado, en especial en la lucha por la revolución agraria, ya que la clase que lograse el apoyo del campesinado sería la clase que gobernaría. Si ese apoyo lo lograba la burguesía el resultado sería un tipo de Estado semibonartista, semidemocrático con tendencias hacia las masas, como el que existía en México por esos días.

Revolución agraria y lucha antiimperialista

En consecuencia, el eje de las tareas democráticas era, en un país de mayoría campesina, la revolución agraria. Trotsky señalaba el carácter prioritario que revestía en el programa de transformaciones radicales la liquidación de formas feudales de explotación y de relaciones de corte esclavista que perduraban en el campo mexicano, así como la abolición del trabajo agrícola forzado y del cuasi patriarcal sistema de medianería. Puntualizaba que el campesino mexicano era aún más pobre que el ruso en la época de la Revolución de Octubre.

Desde su perspectiva, en los países latinoamericanos, la revolución agraria estaba indisolublemente ligada a la lucha antiimperialista. La importancia del asunto la puso de relieve en ocasión de la nacionalización de la industria petrolera dictada por el gobierno de Cárdenas en marzo de 1938. La expropiación de las empresas petroleras no era una tarea comunista ni tampoco socialista, sino una medida de defensa nacional de naturaleza marcadamente progresiva, que él, por su parte apoyó sin reservas a diferencia muchos socialistas y comunistas metropolitanos. A este respecto señalaba la posición de Mariane, una de las principales publicaciones del Frente Popular en Francia, para cuyos editores, en la nacionalización del petróleo el gobierno de Cárdenas no había actuado sólo: además de la intervención de Trotsky, la medida había obrado a favor de Hitler. Para la socialdemocracia y el stalinismo las luchas nacionales en las colonias y semicolonias debían subordinarse a las exigencias del enfrentamiento con el fascismo. En esos días en que Mariane acusaba a Cárdenas de estar bajo la influencia de Trotsky y Hitler, Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista francés, sostenía que "si el problema decisivo de este momento es la lucha contra el fascismo, el objetivo de los pueblos coloniales reside en su unión con el pueblo de Francia y no en una actitud que podría favorecer las maniobras del fascismo y colocar, por ejemplo, a Argelia, Túnez y Marruecos bajo el yugo de Mussolini o de Hitler o convertir a Indochina en una base de operación del Japón militarista". Semejante política aplicada en las colonias y semicolonias, no podía dejar de tener resultados desastrosos. En la India, por ejemplo, ya iniciada la segunda guerra mundial, el Partido Comunista se sumó al esfuerzo bélico de Gran Bretaña, a pesar de que los dirigentes del Partido del Congreso estaban presos por reclamar la independencia. Terminó por perder todo vínculo con el movimiento de masas. Algo similar les ocurrió a los comunistas argentinos, empeñados en el combate contra el "nazi-peronismo", de la mano de los imperialismos democráticos.

Naciones opresoras y naciones oprimidas

En este punto la nítida diferencia que Trotsky sostenía respecto al planteo de los partidos del Frente Popular reviste una importancia capital para dilucidar las cuestiones centrales de la revolución en los países atrasados. El antagonismo entre naciones opresoras y naciones oprimidas es, para el marxismo, la clave para interpretar el significado histórico de la presente época. "Desde esta perspectiva y solamente desde ella, debe ser considerando el problema tan complejo de fascismo y democracia", sostuvo en septiembre de 1938. Las implicancias que se desprenden de este enfoque delimitan todo un campo de problemas políticos y teóricos de gravitante significación. En esos momentos Brasil estaba bajo un régimen que Trotsky caracterizaba como semifascista. Sin embargo, en el caso de que estallara una guerra entre el Brasil semifascista y la Gran Bretaña "democrática", el deber de los revolucionarios era el de estar junto al país semicolonial. El conflicto no sería entre el fascismo y la democracia. En caso de que la victoria correspondiera al bando imperialista, Londres colocaría otro dictador en Río de Janeiro, mientras que si el vencedor fuera el país dependiente, el resultado favorecería el desenvolvimiento de una conciencia nacional y democrática que pondría fin la dictadura. A su vez, la derrota de la burguesía imperialista daría impulso a la lucha del proletariado británico.

Desde esta posición Trotsky calificaba como quimérica, cuya única finalidad era la de engañar a las masas, la idea proveniente de los círculos de la intelligentzia, que postulaba la "unidad de todos los estados democráticos" contra el fascismo. Preguntaba por qué, si Gran Bretaña amaba tanto la democracia, no les daba la independencia a sus colonias; por qué Francia no hacía otro tanto con las suyas. En cambio, el gobierno británico prefería a Franco en España y rechazaba el gobierno de los obreros y campesinos, porque el "caudillo" era, en definitiva, un complaciente agente imperialista. Señaló que los gobiernos de Gran Bretaña y de Francia no se opusieron a la conquista de Austria por parte Hitler, pero que sí lo hubieran hecho si lo que estuviese en juego fuesen sus colonias. Sobre este asunto ningún revolucionario podía tener dudas. "Es imposible combatir el fascismo sin combatir el imperialismo. Los países coloniales y semicoloniales deben luchar antes que nada contra el país imperialista que los oprime directamente más allá que lleve la máscara del fascismo o de la democracia".

La certeza de esta aserción la confirmaron los trabajadores argentinos en los primeros años de la década del 40, al resistir la presión de socialistas y comunistas para embarcarlos en el navío de la Unión Democrática en dirección al campo de batalla de las "democracias" imperialistas. "Las clases obreras y los pueblos de los países atrasados no quieren ser estrangulados ni por un verdugo fascista ni por uno "democrático", anticipó Trotsky en un artículo fechado en agosto de 1938 bajo el título "El fascismo y el mundo colonial". Más aun: "Estos 'dirigentes obreros' que quieren atar al proletariado al carro de guerra del imperialismo que se cubre con la máscara de la 'democracia' son ahora los peores enemigos y los traidores directos de los trabajadores", escribió un mes más tarde durante una entrevista realizada por el dirigente obrero argentino Mateo Fossa. En los países de América Latina —explicaba— el camino más seguro para combatir al fascismo era el de la revolución agraria. Lo confirmaba en un cierto sentido el fracaso del levantamiento contrarrevolucionario del general Cedillo, aislado y sin base social debido a los avances de la política agraria del gobierno mexicano; y lo demostraban también, en sentido contrario, las crueles derrotas de los republicanos españoles, originadas en el congelamiento de la revolución agraria y del movimiento independiente de los trabajadores, resuelta por el gobierno de Azaña en combinación con Stalin.

Bonapartismo y revolución nacional

Durante los años 30 se había desarrollado en México un acelerado proceso de industrialización. En la primera mitad de la década la radicación de capital en las ramas fabriles se había duplicado, mientras que la producción se había incrementado en igual proporción y el valor de las exportaciones superaba en dos tercios el de las importaciones. El impulso fundamental de este proceso provino de capitales norteamericanos y en un grado menor de inversiones británicas, que centralmente se volcaron en las ramas extractivas y productoras de materias primas y semielaboradas y en la construcción de la red ferroviaria. Junto a la edificación de este aparato industrial se produjo un importante proceso de proletarización. A fines de los 30 un millón de asalariados formaban el contingente de la clase trabajadora, un quinto en el Distrito Federal.

En México el poder gubernamental no lo ejercía directamente la burguesía nacional, sino los cuadros de una pequeña burguesía nacionalista de origen civil y militar, que desarrollaba el programa de la reforma agraria, la sindicalización de los campesinos, las nacionalizaciones, la generalización de la educación pública y de los planes de salud en las capas populares, apoyados en el campesinado y el proletariado fabril.

Trotsky vivió en México algo más de tres años y pudo estudiar las características del Estado de excepción que se había conformado desde mediados de los años 30, bajo el gobierno de Cárdenas. El asunto lo abordó en dos escritos: "La industria nacionalizada y la administración obrera" de mayo de 1939, y "Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista", redactado en agosto de 1940, días antes de su asesinato. En estos trabajos destacó que en los países atrasados el papel central en la vida nacional lo desempeña el capital extranjero. Su control de los resortes claves de la estructura económica impone una particular presión en las luchas políticas y sobre los programas gubernamentales. El hecho es que las corporaciones imperialistas proletarizan a una parte de la población, creando las condiciones para el surgimiento de un movimiento obrero que con el tiempo desenvuelve experiencias de clase, unifica sus fuerzas en organizaciones de masas y se lanza a la lucha política. En cambio, la burguesía nacional, flanqueada por el imperialismo y por el emergente movimiento de los trabajadores, es una clase orgánicamente débil, incapaz de conformar sus intereses como representación del interés general y de asumir, a través de representantes directos, el manejo de los asuntos públicos. Bajo estas condiciones Trotsky destacó que el gobierno oscilaba entre el capital extranjero y el capital nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esta particular circunstancia le otorgaba al gobierno un carácter bonapartista sui generis. El singular equilibrio que derivaba de esta correlación le permitía al gobierno elevarse hasta cierto punto sobre las clases sociales. Pero el grado de autonomía que de este modo alcanzaba encerraba la siguiente alternativa: o el gobierno se hacía cargo de los intereses del capital extranjero, imponiendo una férrea dictadura a las masas obreras, o giraba en sentido contrario y, apoyándose en los trabajadores, resistía las presiones del imperialismo. Trotsky señalaba que el gobierno mexicano se ubicaba en la segunda de esas variantes. Sus mayores conquistas eran las expropiaciones de los ferrocarriles y la industria petrolera. Destacaba que semejante régimen revestía un carácter oscilante. El empresariado nativo tenía un fuerte interés en el sostenimiento del mercado interno, pero esta posibilidad dependía en mayor medida del consumo de origen campesino. De forma tal, las expropiaciones de la reforma agraria, especialmente cuando afectaban al capital extranjero, favorecían en general a esas capas de la burguesía. A su vez, el régimen gobernante obtenía de esta forma el apoyo de los campesinos, y con ese apoyo estaba en condiciones de disciplinar a los obreros.

Sin embargo, un gobierno de este tipo nunca podía estar seguro de hasta qué punto los industriales y comerciantes locales habrían de respaldarlo, o en qué momento el imperialismo decidiría una intervención. De ahí que, según los cambios en el balance del poder, se inclinara en una u otra dirección. El período en que el gobierno mexicano llevó adelante las nacionalizaciones y expropiaciones, fue el período en que la burguesía nacional intentó ganar una mayor independencia respecto al capital extranjero, y este propósito la había obligado a aproximarse a los obreros y los campesinos. En la medida en que su política la llevara a un enfrentamiento con el imperialismo y sus agentes nativos, Trotsky sostenía que el apoyo a sus medidas debía ser pleno, con la advertencia de que el partido revolucionario debía asegurar la independencia del programa y la libertad de crítica. También subrayaba que el apoyo a las medidas antiimperialistas no significaba la renuncia a la lucha por el poder, pero señalaba que para aspirar a conquistarlo, derrocando a la burguesía, el partido revolucionario debía ganar el respaldo del proletariado y de gran parte del campesinado. En el momento en que escribía estas líneas Trotsky pensaba que el gobierno de Cárdenas, posiblemente había alcanzado el límite de sus posibilidades.

Los sindicatos bajo el capitalismo de Estado

Al estudiar los problemas de la administración obrera en la industria nacionalizada, Trotsky explicó que las expropiaciones de los ferrocarriles y las empresas petroleras se inscribían en el marco de una política de capitalismo de Estado. Apuntaba que en un país semicolonial ese tipo de Estado se desenvuelve sometido a la presión del capital extranjero y de los gobiernos de los países imperialistas, de forma tal que para ganar cierto grado de autonomía se ve precisado a recurrir al apoyo de los trabajadores. Veía entonces en el gobierno mexicano lo que una década más tarde, con características propias, reproduciría en Argentina el gobierno de Perón, respaldado en las masas obreras, el ala nacionalista del Ejército y la burocracia estatal. Siguiendo su propio camino y organizado en torno a una estructura de poder de tipo bonapartista, el gobierno peronista de 1946 a 1955, desarrolló un programa de contenido nacional-democrático, llevando adelante las tareas que la burguesía nacional no estaba en condiciones de afrontar. En este caso la nacionalización parcial del comercio exterior y del sistema bancario, junto con una política redistributiva, fueron los resortes básicos sobre los que se erigió una estructura de capitalismo de Estado que le permitió, con el respaldo de los sindicatos obreros, resistir la presión del bloque terrateniente comercial y del capital imperialista durante una década.

Pero un balance de poder basado en una solución de corte bonapartista encierra una suerte de dualidad. Por una parte el gobierno, mediante una serie de concesiones logra ganarse el respaldo de las masas obreras y campesinas y, en general, de capas no proletarias del campo popular. Pero por la otra, el apoyo que obtiene de la movilización de la clase trabajadora encierra el peligro de una radicalización que, según las circunstancias, pude poner en crisis los límites burgueses del programa nacional. Trotsky observó que en México el gobierno abordó este problema integrando a los dirigentes sindicales a la administración de las compañías nacionalizadas. Mediante esta medida lograba dos objetivos de suma importancia: se aseguraba un sólido punto de apoyo en una clase fundamental de la sociedad y, al mismo tiempo, establecía un férreo control sobre las organizaciones obreras. En la segunda mitad de los años 30, cuando se unificó el movimiento obrero en la CTM (Confederación de Trabajadores de México), la integración de los sindicatos a la estructura estatal había dado lugar a la consolidación de una burocracia corrupta e inescrupulosa, dispuesta a apelar a todo tipo de maniobras para mantener el poder. Sin embargo, las medidas democráticas y antiimperialistas del cardenismo encontraron en los sindicatos obreros la más sólida base de apoyo.

Trotsky advirtió que la administración de las empresas nacionalizadas por parte de los trabajadores encerraba las más grandes oportunidades y los mayores peligros. Las posibilidades residían en el hecho de que los obreros, instalados en la dirección de ramas claves de la producción, lograsen establecer una lucha exitosa contra las fuerzas del capital y del Estado burgués. En cambio, el peligro consistía en el vínculo que se creaba entre los representantes sindicales y el aparato del capitalismo de Estado, vale decir en la transformación de los dirigentes obreros en rehenes del aparato estatal. Sin embargo este riesgo formaba parte de un peligro más general, consistente en la degeneración burguesa de los sindicatos en la época del imperialismo, fenómeno que podía apreciarse tanto en las viejas metrópolis como en las colonias y semicolonias.

En su estudio sobre la situación de los sindicatos en la época del imperialismo, Trotsky apuntó que bajo el régimen de concentración impuesto por el capital monopólico, estrechamente vinculado al Estado, se había cerrado definitivamente a los sindicatos la posibilidad de aprovechar la competencia entre los distintos capitales, característica del período del capitalismo de libre concurrencia. Así como esa puja era cosa del pasado, de igual modo la democracia sindical había quedado sepultada bajo los cambios estructurales producidos en el patrón de acumulación. Trotsky señaló que en las colonias y semicolonias el imperialismo, junto con la proletarización de una parte de la población, crea un estrato de aristocracia obrera y de burocracia sindical, cuya aspiración es que el Estado desempeñe el papel de protector, de patrocinador y, a veces, de árbitro. "Esta es la base social más importante del carácter bonapartista o semibonapartista de los gobiernos de las colonias y de los países atrasados en general. Esta es también la base de la dependencia de los sindicatos reformistas respecto del Estado", escribió. Observando este fenómeno a la luz de la experiencia que tenía a la vista, señaló que en México las organizaciones obreras se habían convertido por ley en instituciones semiestatales, y adquirido un carácter semitotalitario. Advirtió que bajo las condiciones de la administración obrera de las empresas nacionalizadas, los dirigentes sindicales se estaban transformando en agentes administrativos directos del Estado.

Sin embargo, aún en el curso de una época histórica desenvuelta bajo el dominio del imperialismo, la suerte de los sindicatos no era inexorable. Podían efectivamente, convertirse en instrumentos de la burguesía para someter a las masas o, por el contrario, transformarse en una decisiva herramienta de clase, si los puestos de mando eran ocupados por los cuadros de una vanguardia revolucionaria que hiciera prevaler la completa autonomía respecto del Estado y de los aparatos ideológicos y partidos de la burguesía, y la más plena democracia obrera en la vida sindical. Que la lucha se resolviese en uno u otro sentido dependía de la gravitación política que alcanzase a ejercer el partido de la clase trabajadora.

"Si hubiera de comenzar otra vez…

Las líneas de este manuscrito, posiblemente de las últimas que escribió Trotsky, fueron encontradas tras su muerte a manos de un sicario stalinista el 21 de agosto de 1940. En ese año la época de reflujo de los movimientos revolucionarios y de las luchas populares y democráticas, parecía haber alcanzado su clímax. En Alemania, Austria y Checoslovaquia bajo el dominio del nazismo y en Italia bajo la dictadura del fascismo, los trabajadores habían sufrido crueles derrotas y los sindicatos estaban desmantelados. En Francia el gobierno del Frente Popular se había desmoronado sin remedio. En España el franquismo había derrotado una revolución que antes el stalinismo se había encargado de desarmar políticamente. En la Unión Soviética el último de los procesos de Moscú habían terminado en 1938, enviando a la muerte a los representantes que aún quedaban de la vieja guardia bolchevique, víctimas de las más burdas difamaciones. En una sociedad muda e inmovilizada, en medio de un silencio sepulcral, reinaba Stalin, jefe de una burocracia estatal y partidaria completamente extraña a la Revolución de Octubre. En el resto de Europa las democracias liberales se debatían en la decadencia y la impotencia.

Sin embargo, las condiciones de derrota y retroceso general no impidieron que hasta el fin de sus días Trotsky mantuviera firme sus convicciones y su confianza en la victoria final. Esperaba que la guerra mundial en curso, al igual que la de 1914, abriera una nueva era de revolución. Desde esta perspectiva, y convencido de que el reflujo de la clase obrera en buena medida era producto de la ausencia de una dirección revolucionaria, impulsó la fundación de la IV Internacional sobre la base de pequeños grupos militantes en un puñado de países. En mayo de 1940 en un manifiesto escrito a propósito de la guerra imperialista y la revolución mundial dejó constancia de esta confianza, y señaló significado que las luchas emancipatorias habrían de adquirir en Latinoamérica: sólo la unidad de los Estados de Centro y Sudamérica en una poderosa federación podría quebrar el atraso y la dependencia que aprisionaba a la región. Sin embargo no serían las burguesías locales, enfeudadas al capital extranjero, sino el joven proletariado el que consumaría la tarea bajo la fórmula de los Estados Unidos Socialistas de América Latina.

En esos días trágicos, a quienes habían perdido la confianza en las posibilidades históricas de la clase trabajadora y en la viabilidad del socialismo, les señaló que cuando se trata de los cambios más profundos en los regímenes sociales y culturales, veinticinco años en la balanza de la historia pesaban menos que una hora en la vida de un hombre. Qué valdría un hombre que a causa de los reveses sufridos en una hora o en un día, renegase del propósito que se había fijado en base a toda la experiencia de una vida, les preguntó. Pocos meses antes de morir escribió en su testamento: "Durante cuarenta y tres años de mi vida consciente es sido un revolucionario, y durante cuarenta y dos he luchado bajo la bandera del marxismo. Si hubiera de comenzar otra vez, trataría… de evitar tal o cual error, pero el curso general de mi vida permanecería inalterado. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, por consiguiente, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es menos ardiente, sino más firme hoy, de lo que era en los días de mi juventud".


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Kirchnerismo y deuda externa

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Desde la consabida estrategia de traducir toda claudicación nacional como una auténtica epopeya de liberación, el gobierno nacional anunció la enésima reapertura del canje de deuda para, en este caso, lograr un acuerdo con el Club de París. Si sus adláteres mediáticos pueden vender esta operación como un sucedáneo a la toma de la bastilla, basta escuchar a Marcó del Pont o a Boudou para reconocer los ejes que impulsan a la vanguardia intelectual neodesarrollista del gobierno: el "desendeudamiento" no constituye precisamente una política orientada a la liberación nacional, sino la más "razonable" de las alternativas para reintroducir a la Argentina en el sistema financiero global.

Es que si el desarrollismo fue la ideología espontánea de las burguesías industriales semicoloniales ahogadas por la recuperación imperialista durante la segunda postguerra, el neodesarrollismo no es más que el universo simbólico en que se mueve la burguesía trasnacionalizada de los, así llamados por la hipocresía imperialista, "países emergentes". En el caso argentino, la posibilidad de adjetivar a ésta última como "nacional" sólo cabe en la cabeza progresista de un cagantintismo anacrónico que ni siquiera convence a los más lúcidos referentes de la CGT, dispuestos a concretizar la participación de los trabajadores en las súper ganancias de las grandes patronales.

Con la excusa de reabrir los mercados internacionales de crédito para sostener el "modelo productivo", los "neodesarrollistas" han ratificado una histórica política de sumisión nacional ante el capital financiero que desnuda sin rodeos el carácter corporativo, cipayo y antipopular de un empresariado que no duda en comparar la apertura de los libros contables y la participación de los asalariados en la rentabilidad de los núcleos más concentrados del capital con la fantasmagórica aparición de soviets criollos en tránsito hacia la socialización de los medios de producción. Los casi 150.000 millones de pesos que el presupuesto 2011 destina al pago de la deuda, sin considerar las próximas imposiciones del Club de París, se degluten casi el 40% del total de gastos estimados, multiplicando por seis el presupuesto de educación y casi por veinte el destinado a la salud pública. Hela aquí, en todo su esplendor, la política sostenida por la burguesía "nacional ".

Que estos guarismos puedan festejarse en tono de patriada evidencia un triple triunfo de las fuerzas antinacionales en relación a la deuda externa, siempre pospuesta por dicotomías que, en definitiva, no ofrecen más que las alternativas a las que puede acceder un régimen semicolonial: desde la antigua "democracia o dictadura" a la hegemónica "neoliberalismo o neodesarrollismo", las zonceras alfonsinistas o kirchneristas han fijado los ejes discursivos y simbólicos de una política que en su continuidad histórica no está dispuesta a sacudirse las rémoras de la dependencia. Los estudios del Foro Argentino de la deuda externa son reveladores en este último sentido: "…la Administración Kirchner sigue pagando Deuda Externa con Reservas del Banco Central (BCRA), es decir, con Activos Financieros del Estado, así como en la Década menemista del ´90 se pagaba con Activos Físicos (Empresas Públicas)…".

Sin embargo, la lucha ideológica transita actualmente por inusitados andariveles. Todavía no han hecho su aparición los concienzudos macaneos de la intelectualidad k y los profesionales del apoyo crítico para comprender de qué manera las relaciones de fuerza impiden tomar un rumbo de liberación nacional considerando a un gobierno que está en el pico de su aprobación pública y que cuenta con el masivo apoyo de amplios sectores sociales frente a una oposición estéril e incapaz de constituirse como alternativa de gobierno. No han hecho su aparición tampoco las complejas e intrincadas explicaciones que permitirán comprender porqué este artículo es funcional a la "derecha", los "monopolios" y/o los "destituyentes", confusos espantajos entre los que, claro está, no figura el benemérito Club de París.


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Elecciones en Brasil: Continuidades y rupturas

El domingo 31 de octubre se realizó la segunda vuelta electoral en Brasil que dio como resultado el triunfo de la candidata "apadrinada" por Lula, Dilma Rousseff, con un poco más del 56 % de los votos válidos. La coalición que la llevó a la presidencia estaba formada por partidos identificados en la izquierda, pero también en la derecha. Durante los dos primeros mandatos de Lula, como la base aliada del PT no tenía mayoría propia tuvo que hacer concesiones y negociaciones con partidos opositores, llegando al punto más álgido con el escándalo de las mensualidades ("mensaläo") donde se comprobaron coimas para que ciertos diputados y senadores que cambiaran sus votos, generando una crisis política con renuncias de miembros del gobierno.

Para intentar llegar con más aire a las votaciones parlamentarias, en esta oportunidad Lula promovió la convergencia electoral con el Partido Movimiento Democrático Brasilero (PMDB) que tiene mayor presencia institucional en gobernadores, municipios, diputados y senadores le permitirá al PT tener mayoría parlamentaria. Sin embargo, teniendo en cuenta la característica volátil de dicho partido no le garantiza nada.

Un dato no muy resaltado por los medios de comunicación fue que entre los votos en blanco y nulos no llegaron al 7 % y que la abstención alcanzó el 21,5 % de los sufragios. A esto le agregamos una nota de color durante la primera vuelta electoral que el actor-payaso Francisco Everardo Oliveira Silva, conocido popularmente como "Tiririca" fue el candidato a diputado más votado en todo Brasil por la ciudad de Sao Paulo. Su campaña electoral se basó en dos cortos publicitarios donde decía: "¿Que qué hace un diputado federal? La verdad, no tengo ni idea, pero vote por mí y se lo cuento", o pidiendo el voto señalaba que la política "peor de lo que está, no puede ir". Del mismo modo, las candidaturas de personajes de la farándula o el deporte (otro ejemplo famoso es el ex futbolista Romario) evidencia que ciertos análisis que planteaba que en Brasil es un ejemplo de institucionalidad republicana y de seriedad son para ser tomados a risa.

Cuando desde esos mismos análisis se habla de un sistema político bipartidista consolidado también deberíamos desconfiar. La figura de Lula ya es a esta altura más importante que el propio PT y su "dedo" fue vital para imponer la candidatura de Dilma por fuera de los canales orgánicos internos del partido. Si a esto le sumamos que en Brasil existen innumerables candidatos que una vez asumidos se cambian de "camiseta", es decir, pasan a otro partido (el llamado "troca-troca") y donde desde hace años se discute si las bancas son personales o del partido y la fidelidad partidaria, nos muestra un esquema más frágil que sólido. Incluso, si uno analiza las alianzas electorales de las mayorías de los partidos, estas tienen un carácter más provincial (estadual) que nacional.

Muchas organizaciones partidarias son denominadas de "fisiológicas", es decir que prestan o alquilen su sello electoral para que candidatos "famosos" se presenten. No podemos olvidar que el primer presidente electo en forma directa, Collor de Melo (actual senador nacional) era un play boy con un partido político de fantasía e inventado e impulsado por los grandes medios de comunicación, como la Red Globo.

Es interesante analizar el recorrido del PT antes de llegar a la presidencia. Si uno analiza sus primeras experiencias electorales (con tres derrotas de la candidatura de Lula) se puede visualizar que en las primeras el discurso era más ideológico: "trabajador vote trabajador". Cuando fue derrotado por Collor de Melo fue presentado por las clases dominantes como el "cuco" que expresaba el comunismo. Incluso, en dicha elección, los grupos evangelistas mayoritariamente conservadores con fuerte peso económico militaron abiertamente en contra de Lula.
Desde sus orígenes, el PT era una organización más amplia en la cual convivían en su interior corrientes que provenían de la lucha armada y de las distintas vertientes del trotskismo. A medida, que el PT fue ganando espacios institucionales fue suavizando el discurso, expulsando del partido a los grupos más radicalizados y llegando a la presidencia con un discurso "lavado": Lula, Paz y Amor". En ese recorrido, si bien mantuvo una base aliada más estrecha hacia la "izquierda" –Partido Socialista Brasilero (PSB) y Partido Comunista de Brasil (PC do B)– también fue tejiendo acuerdos con partidos de derecha como el por ejemplo el liderado por ex gobernador paulista bajo la dictadura, Maluf. Asimismo, si bien el PT no perdió su base de apoyo en sectores católicos progresistas ligados a las comunidades eclesiales de base en la búsqueda de nuevos votantes no le hizo asco a sus antiguos enemigos evangelistas. José Alençar, quien fue el vicepresidente de Lula bajo sus dos gobiernos está ligado a la mediática Iglesia Universal Reino de Dios.

Mientras en la Argentina, los sectores más tradicionales y conservadores se "enamoran" de Lula por ser continuador de las políticas pro-mercado de Cardoso, aunque lo critican moderadamente por sus vínculos con Irán, Venezuela y Cuba; en Brasil, esos mismos sectores, justamente por su política exterior y sus políticas sociales lo acusan de "populista". Quizás, en estos ejes habría que bucear un poco más profundo en intentar de analizar –como en otras experiencias latinoamericanas– hasta que punto hubo rupturas con el ideario neoliberal vigente en los 90. Si bien la aplicación de políticas sociales intentó disminuir los niveles de pobreza en Brasil, no hay que olvidar que ese país sigue teniendo una de las brechas más grandes entre "ricos y pobres". En este marco, la victoria de la candidata del PT tuvo mucho del discurso del mal menor. Con la derecha tradicional debilitada electoralmente, pero con peso mediático como se evidenció con la temática conservadora de la segunda vuelta electoral ¿hubo cambios o rupturas?


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Ecuador, una llamada de atención

La asonada de un sector de la policía presenta una oportunidad para tomar conciencia de la urgente necesidad de los sectores patriotas de reorganizarse y sumar fuerzas para radicalizar el proceso de cambio antes de que sea tarde

Comencemos por dejar clara la necesidad de repudiar sin medias tintas cualquier intento por derrocar a un gobierno legal y legítimo que puso en marcha un proceso de cambios destinados a reconstruir la soberanía nacional y popular en Ecuador.

A medida que pasan los días después de la insubordinación policial y las acciones colaterales, el panorama en Ecuador se vuelve más complejo. Desde quienes –como el presidente Correa– denuncian un intento golpista, hasta aquellos que acusan la manipulación de los hechos por parte del gobierno, existe un abanico amplio de opiniones divergentes.

¿Qué hubiese ocurrido si el presidente Correa no se presentaba frente a los insubordinados, poniendo en riesgo su integridad física y el máximo cargo que ostenta? Muy probablemente la dimensión del suceso hubiese sido otra y la repercusiones mucho menores en todos los ámbitos y niveles. La escalada de los acontecimientos mucho tuvo que ver también con el hecho de que los insubordinados secuestraron al Presidente de la República sin saber qué hacer con él.

Mucho se especula sobre quiénes fueron los "cerebros" de la asonada y si los sectores oligárquicos vieron en ella la oportunidad de tomar el poder, lo cierto es que las aguas volvieron a su nivel pero siguen agitadas.

Ni con los golpistas ni con el gobierno

Curiosamente, diversas organizaciones indígenas, campesinas y políticas de izquierda tuvieron una primera reacción equívoca frente al suceso, solidarizándose con los reclamos de los policías insubordinados y criticando al gobierno al tiempo que reprobaban cualquier intento golpista.

Una vez controlada la situación, las principales organizaciones indígenas y campesinas (CONAIE, ECUARUNARI, CONFENIAE y CONAICE) emitieron una declaración conjunta cuyos párrafos sustanciales reproducimos por considerar importante la opinión de quienes poseen comprobada representatividad popular y han sido artífices en gran medida de la derrota de los últimos gobiernos neoliberales:

"Nosotros no tenemos duda que esta crisis política sea una reacción de la derecha contra la Constitución del 2008, aprobada por el voto favorable del 64% de los ecuatorianos y ecuatorianas".

Pero inmediatamente se diferencia del gobierno y la oposición al manifestar su "rechazo a la política económica y social del gobierno, y con la misma energía rechaza también las acciones de la derecha que, encubierta, forma parte de un intento de golpe de Estado".

Para estas organizaciones, la insubordinación de la Policía, más allá de sus demandas inmediatas, desnuda:

"1. Mientras el gobierno se ha dedicado exclusivamente a atacar y deslegitimar a los sectores organizados, como el movimiento indígena, los sindicatos de trabajadores, etc., no ha debilitado en lo más mínimo las estructuras de poder de la derecha, ni siquiera dentro de los aparatos del Estado.
"2. La crisis social desatada hoy día también es provocada por el carácter autoritario y la no apertura al diálogo en la elaboración de las leyes. 
"3. Frente a la crítica y movilización de las comunidades en contra de las transnacionales mineras, petroleras y agro-comerciales, el gobierno, en lugar de propiciar el diálogo responde con violenta represión.
"4. Este escenario alimenta a los sectores conservadores."
Inmediatamente señalan su rechazo "a la política económica y social del gobierno, y con la misma energía rechazamos también las acciones de la derecha que, encubierta, forma parte de un intento de golpe de Estado".

Demandan del gobierno nacional "deponer toda actitud de concesiones a la derecha. Exigimos que abandone su actitud autoritaria contra los sectores populares, a no criminalizar la protesta social y la persecución a los dirigentes; ese tipo de políticas lo único que provoca es abrir espacios a la derecha y crea escenarios de desestabilización."

Finalmente señalan que "la mejor forma de defender la democracia es impulsar una verdadera revolución que resuelva las cuestiones más urgentes y estructurales en beneficio de las mayorías."

La versión de Correa

Una vez liberado, el presidente Correa se ocupó de aclarar que los insubordinados eran una pequeña minoría entre los 42,000 policías, lo cual, lejos de tranquilizar, preocupa al comprobar que tan pocos provocaron tanto escándalo. Denunció los serios problemas de inteligencia que padece su gobierno. Se defendió de las críticas a su gestión señalando que los gobiernos progresistas como el suyo padecen la obstrucción permanente de los reaccionarios, por la derecha, y de los radicalizados, por la izquierda. Garantizó que no habrá perdón para los responsables de la asonada y que se investigará hasta las últimas consecuencias para castigar con todo el rigor de la ley a quien corresponda.

Conclusión elemental

Siendo diferentes las condiciones específicas del proceso ecuatoriano y del venezolano, la salida de la coyuntura actual es la misma para ambos gobiernos: profundizar el proceso de cambios anunciados al inicio de cada proceso.

En el caso concreto de Ecuador, dos datos relevantes parecen surgir de los acontecimientos comentados: la enorme dificultad para desmontar las estructuras de poder formal y real heredadas del sistema que se pretende reemplazar, y la distancia que existe entre el gobierno de Correa y las organizaciones populares que dieron sustento a su triunfo electoral y a la promulgación de la nueva constitución.

Lejos de pretender comparar a Rafael Correa con Lucio Gutiérrez, el primero no debería perder de vista que las organizaciones populares que lo llevaron al poder fueron las mismas que derrocaron a Gutiérrez.

Sin duda, el distanciamiento entre el gobierno y las más representativas organizaciones populares es responsabilidad de ambas partes. Resulta imprescindible que se encuentren los caminos para consolidar un frente único que consolide un proceso revolucionario, reorientando y corrigiendo lo que haya que corregir en el rumbo actual. Los sectores reaccionarios permanecen agazapados esperando la oportunidad para recuperar el poder que les fue legítimamente arrebatado. ¿Fue la asonada de un sector de la policía una de estas oportunidades? Tal vez. Cierto es que lo fue para tomar conciencia de la urgente necesidad de las patrióticas de reorganizarse y sumar fuerzas para radicalizar el proceso de cambio antes de que sea tarde.


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El kirchnerismo después de Kirchner

La muerte del ex presidente Kirchner conmocionó sin distinción de banderías a la sociedad argentina; un violento impacto que alcanzó de lleno a las capas más profundas. Néstor Kirchner fue, sin discusión, protagonista central de la política y del poder en los últimos siete años de la vida nacional

La muerte lo alcanzó cuando se aprestaba a librar una batalla decisiva con vistas a asegurar su influencia en la más alta esfera gubernamental. Su desaparición creo un importante vacío político en el movimiento que encabezó, y abrió una serie de interrogantes sobre el futuro del gobierno que dirige Cristina Fernández.

A pesar de lo que creen muchos de los que hoy sinceramente lo lloran, Kirchner no fue el jefe de un Frente Nacional ni el ejecutor de un programa de sesgo antiimperialista. Se diferenció ciertamente de la vieja partidocracia tradicional encabezada por radicales y cívicos, macristas y peronistas disidentes, vale decir, corrientes liberales y conservadoras, portadoras de intereses antinacionales y antipopulares. 

Kirchner y el kirchnerismo son producto del movimiento de reflujo que sucedió al levantamiento popular que terminó con el gobierno de Cavallo-De la Rúa en diciembre de 2001. Como tal expresó una corriente de restauración institucional que permitió la reversión de la consigna que sacó a la calle a las masas en medio de una profunda crisis de representatividad. No se fueron todos; quedaron los de siempre. Pero el movimiento de diciembre y el estallido de la convertibilidad marcaron un antes y un después; un límite ante el cual quien terminara ocupando el vacío de poder, no podría retroceder. En definitiva, una nueva relación de fuerzas. En lugar del programa del neoliberalismo ortodoxo que el menemismo desenvolvió hasta sus últimas consecuencias, se generaron condiciones para una política de sesgo neodesarrollista. Esta política la llevó adelante primero el gobierno de Néstor Kirchner y luego el de Cristina Fernández. Ambos gobiernos, hasta el 2008, contaron con el apoyo de la gran burguesía exportadora, enriquecida por la devaluación y la pesificación asimétrica de Duhalde, y luego se apoyaron exclusivamente en la dirigencia de la CGT, del aparato del PJ y de contingentes de una joven militancia de incorporación reciente a la política. 

Ahora el kirchnerismo, desparecido su jefe, enfrenta el mayor de los desafíos. Las notas políticas que hoy publica la prensa opositora son altamente ilustrativas. Clarín se interroga si Cristina Fernández será capaz de realizar "la apertura de un gobierno que, con el tiempo, se fue encapsulando de manera peligrosa". La Nación expresa inquietudes similares. Para el paquidermo de los Mitre es de suponer que la presidente "registrará la enorme limitación que le impone la muerte de su esposo y ensayará una concertación para estabilizar su gobierno hasta el fin de su mandato". Conociendo los intereses que guían la pluma de la canalla mediática, no es difícil adivinar en que sentido se debería abrir el gobierno y con quiénes debería concertar.

Si el gobierno cede a esos reclamos estará irremediablemente perdido. Tampoco tiene futuro si no imprime un giro radical a su política y avanza en el sentido que marcan proyectos como el de participación en las ganancias y control de la contabilidad empresaria, y otros no previstos como la reforma del régimen impositivo, el gravamen a la especulación financiera o la restitución plena de los aportes patronales. Medidas de esta naturaleza no constituyen en sí un cambio revolucionario, pero ciertamente revisten indudable progresividad y encierran un hondo contenido popular-democrático. En las trágicas circunstancias que impone el presente, el gobierno surgido de aquellos acontecimientos está nuevamente ante los problemas que sacó a luz la crisis de diciembre de 2001, que lejos de estar resueltos han cobrado una especial actualidad.

La decisión es del gobierno de Cristina Fernández. Pero no sólo del gobierno. Si una parte importante de la militancia ha creído honestamente que en el kirchnerismo, a pesar de todas su limitaciones, reside la posibilidad de resistencia de las fuerzas nacionales y populares frente a la reacción, y si a partir de esta creencia decide librar el combate por imponer una salida popular, democrática y antiimperialista, entonces se encontrará en un mismo campo de lucha con todos aquellos argentinos que bajo las banderas nacionales, obreras y socialistas militamos por la emancipación de la patria y la unidad revolucionaria de América Latina.

Socialismo Latinoamericano


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NERWIN ANTONIO MORA REINOSO

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